La importancia del juego en el desarrollo del niño

El juego es tan importante para el desarrollo de los niños, que ha sido reconocido por las Naciones Unidas como un derecho de cada niño y niña. Sin embargo, a menudo se ve truncado por prácticas de explotación infantil, violencia de guerras y recursos limitados; incluso niños que tienen la suerte de tener abundantes recursos disponibles, a veces tampoco reciben los beneficios del juego por tener un estilo de vida cada vez más estresante.

Jugar forma parte de nuestro patrimonio evolutivo, es fundamental para la salud y nos ofrece oportunidades para practicar y perfeccionar las habilidades necesarias para vivir en un mundo complejo. La acumulación de nuevos conocimientos se basa en el aprendizaje previo, pero la adquisición de nuevas habilidades se ve facilitada por interacciones sociales y, a menudo, lúdicas.

El juego no es un acto frívolo. Se ha demostrado que tiene efectos directos e indirectos sobre la estructura y el funcionamiento del cerebro: provoca cambios a nivel molecular, celular y conductual que promueven el aprendizaje y el comportamiento adaptativo y/o prosocial.

Del mismo modo, permite a los niños utilizar su creatividad mientras desarrollan su imaginación, destreza, fuerza física y capacidad cognitiva y emocional. Es a través del juego que los niños de una edad temprana interactúan entre ellos y con su entorno, creando y explorando un mundo que todavía no dominan.

Sin embargo, las instrucciones explícitas limitan la creatividad del niño, por lo que deberíamos dejar que los niños aprendan a través de la observación, en vez de la memorización pasiva o la instrucción directa. El juego no dirigido les permite aprender a trabajar en grupo, compartir, negociar, resolver conflictos y aprender habilidades de autogestión, además de practicar habilidades de decisión, moverse a su propio ritmo, descubrir sus propias áreas de interés y, en definitiva, participar plenamente en las pasiones que los estimulan.

Asimismo, se ha demostrado que el juego ayuda a los niños a ajustarse a la configuración de la escuela e incluso a mejorar la preparación y los comportamientos de aprendizaje y las habilidades de resolución de problemas. El juego mejora la estructura y la función del cerebro y promueve la función ejecutiva (es decir, el proceso de aprendizaje, en lugar del contenido). Algunos estudios señalan que las sociedades cada vez exigen más innovación y menos imitación, más creatividad y menos conformidad. Las demandas del mundo actual requieren que los métodos de enseñanza de los dos últimos siglos, como la memorización, sean sustituidos por innovación, aplicación y transferencia.

Según la Academia Americana de Pediatría, los médicos deberían prescribir tiempo de juego para los niños pequeños, ya que sus beneficios para la salud son muchos: aquellos juegos que implican actividad física no solo promueven un peso saludable y la resolución de problemas como la obesidad, sino que también pueden mejorar la eficacia de los sistemas inmunológico, endocrino y cardiovascular; disminuye el estrés, el cansancio y la depresión; y aumenta la agilidad, la coordinación, el equilibrio y la flexibilidad. Además, los niños prestan más atención a las lecciones de clase después del juego libre en el recreo, que después de los programas de educación física, que son más estructurados.

Por otro lado, es fundamental que los padres tengan la oportunidad de acercarse al mundo de sus hijos. Jugar con ellos es una ocasión única para comunicarse con los niños de una manera diferente, en un espacio nuevo, que permite a los padres ofrecer orientaciones de manera suave y más estimulantes.

Existen diferentes tipos de juego según su secuencia de desarrollo: el juego de objetos, que se produce cuando un niño explora un objeto y aprende sus propiedades, progresando desde exploraciones sensoras y motoras tempranas, incluso el uso de la boca, hasta el uso de objetos simbólicos (por ejemplo, cuando un niño utiliza un plátano como teléfono) para la comunicación, el lenguaje y el pensamiento abstracto; el juego físico, que estimula el desarrollo de las habilidades motoras para promover un estilo de vida activo y aprender a tomar riesgos en un entorno relativamente seguro, lo que favorece la adquisición de habilidades necesarias para la comunicación, la negociación y el equilibrio emocional y el desarrollo de la inteligencia emocional; el juego al aire libre, que ofrece la oportunidad de mejorar las habilidades de integración sensorial, para lo que resulta esencial el tiempo de recreo en la escuela, como lo demuestra el hecho de que los países que ofrecen más recreo a los niños pequeños muestren un mayor éxito académico entre los niños a medida que maduran; y el juego simbólico, que se produce cuando los niños experimentan con diferentes roles sociales de manera no literal y, jugando con otros niños, aprenden a negociar «las reglas» y a cooperar.

En definitiva, el juego es fundamental para el desarrollo de los niños, y facilita la progresión desde la dependencia hasta la independencia y desde la regulación parental hasta la autorregulación.

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